Todo el mundo conoce los acontecimientos trágicos como consecuencia del golpe de estado fascista ejecutado en Honduras, en un conciliábulo de las fuerzas reaccionarias de carácter político, militar, empresarial, eclesiástico y judicial. Cuando apenas faltaban unos pocos meses para las elecciones y para el término del mandato presidencial de Manuel Zelaya, se atrevieron a dar el zarpazo con la consulta previa y anuencia, sin dudas, de su titiritero en la región: los Estados Unidos.
Tal vez pensaron en el escándalo que eso produciría en la mayoría de los países latinoamericanos y caribeños, en un contexto político y en una época, poco propicios para tal dislate; pero no calcularon que el repudio y la condena iban a alcanzar magnitudes insospechadas. Tampoco imaginaron que la resistencia del pueblo hondureño iba a ser sostenida y férrea, y de un proporción que comparativamente no tiene precedente ante un golpe de estado fraguado sorpresiva y traicioneramente, y apelando a las mentiras más burdas y a la represión más atroz.
A pesar de todos los factores adversos en su contra, la dictadura fascista entronizada por MIcheletti se mantuvo tozudamente, desafiando al pueblo con la represión bárbara, la tortura, el apresamiento, los asesinados, las violaciones masivas de los derechos humanos, la represión a la prensa y hasta el asedio a sedes diplomáticas.
Pero el desafío y el irrespeto también fueron con la OEA, tanto en su conjunto como con su Secretario General, y se extendió al Presidente de la Asamblea General de la ONU.
Micheletti y su cofradía dictatorial emplearon los métodos de la fuerza bruta y del discurso obtuso. Aquel régimen aplicó al Presidente Zelaya la receta golpista concertada, usando la alevosía, la nocturnidad y la violencia. Le apresó, desterró, acusó infundadamente, persiguió a sus partidarios y pretendió aterrorizar al pueblo por medio de la violencia y la represión de la policía y el ejército.
Más tarde, en un juego malévolo inventado por brujas y brujos en la Casa Blanca, lanzaron la estratagema más burlesca que recuerde la historia de acciones de esta naturaleza Confirieron el teledirigido papel de componedor del conflicto a Óscar Arias, y ante el rechazo y desplante de MIcheletti del acuerdo final, asumieron después ese rol, directamente, altos funcionarios del gobierno de los Estados Unidos, para consumar la traición de mayor magnitud contra la parte víctima, Zelaya y sus seguidores, y lograr así el afianzamiento, con promesas bastardas, del régimen de Micheletti y sus seguidores.
Acto seguido, organizaron la comparsa del inicio de la campaña electoral, y luego santificaron “en un templo de corderos” los resultados de las elecciones, de cuyo vientre emergió un engendro que no cabe denominar como sietemesino, pues en realidad no hubo parto prematuro, sino un aborto. El fruto de este aborto es Porfirio Lobo, y él estaba predestinado por Micheletti y compañía y los Estados Unidos, a enterrar, mediante el engaño y la hechicería, todos los desafueros cometidos contra el pueblo hondureño y la comunidad internacional. Todos apostaron por la fórmula de que con el tiempo se olvidan las penas e injurias.
Ahora que en la última Asamblea de la OEA se acordó, a instancias de los Estados Unidos y algún que otro país de la región, en un acto de culipandeo, o sea, la forma extrema de titubeo e inconsecuencia, designar una comisión para analizar la posible reincorporación de Honduras a la organización, después de la unánime suspensión, es conveniente recordar que el saldo es de más de 9 mil violaciones de los derechos humanos ocurridas desde junio del 2009 hasta el presente, y sólo en los primeros cuatro meses del mandato de Lobo, ya son más de 700 las transgresiones de esos derechos.
Comoquiera que durante el régimen ilegítimo de Porfirio Lobo las cosas continúan bajo un estado de represión que incluye la muerte de opositores y de periodistas honestos, y que, a la vez, bajo nuevas circunstancias, la resistencia del pueblo hondureño se mantiene, es natural, justo y legítimo el reclamo que no se convalide la traición, la represión y la muerte que desde junio del año pasado ha prevalecido a la fuerza contra el pueblo de Honduras. Al cumplirse un aniversario de la resistencia frente al golpe de estado, el pueblo de Honduras no merece un acto de deshonor que respalde a los gestores y cómplices del mismo.
Así que si de pedir se trata, o de analizar lo que mejor conviene al pueblo hondureño, o de acordar en forma colectiva lo que mejor conviene a los países representados en la OEA y, en especial al pueblo hondureño, lo mejor será no aceptar del Lobo ni un pelo. Que nadie dude que eso lo entenderá todo el mundo.
Fuente: Rebelion.org
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