LA OLIGARQUÍA, LOS MUERTOS Y LA RESISTENCIA
Por Oscar Amaya Armijo
En lo que respecta a las personas amantes de la vida, les duele cualquier muerte, sin importar quién sea el doliente.
Hasta ahora, es la Resistencia la que pone los muertos, los recoge y los entierra con estoicismo mesiánico, y no responde con venganzas a tan graves agresiones...
O como dice Luis Morel, viejo dirigente del movimiento obrero hondureño, “la resistencia es, hasta ahora, como los perros, que recibe las heridas y corre sólo a lamérselas”, en aparente resignación.
En realidad, esta es una propuesta terrible esbozada por quienes creen en el pacifismo, llámese cristianismo, budismo o gandhismo, movimientos que no responden (o no respondieron) con violencia a la violencia.
¿Realmente existe cultura para creer en que sí se reciben golpes en la mejilla izquierda se ofrece la derecha para recibir más golpes? ¿Cuánto dura semejante postura en una sociedad signada por la violencia económica, social y política? ¿Cómo conciben los violentos a quienes no responden a las agresiones?
Cuesta responder estas preguntas, pues la historia no es más que una cronología de la violencia o más bien de la infamia ¿Quién puede afirmar que no se continúa aún en los albores de la Comunidad Primitiva? ¿No es acaso una muestra de que vivimos en la época de la manada al presenciar el asesinato del adversario como cuando se disputaban un fémur de Mamut?
Es inmensamente doloroso el absurdo, por ejemplo, de como en Honduras se asesina precisamente al joven Gilberto Alexander Núñez Ochoa, encargado en el FNRP de evitar que infiltrados o no a las marchas contra la dictadura, provocaran enfrentamientos contra las fuerzas policiales y militares. Este agente del pacifismo es vilmente abatido por la violencia entronizada en el régimen golpista. Su delito, aunque no se crea, era evitar agresiones contra los mismos que lo mataron.
Quiénes en el seno de la oligarquía, apuestan por la violencia contra el pacifismo de la Resistencia, al parecer, piensan que la zozobra y la incertidumbre no los abarcará alguna vez, pues las víctimas siempre pondrán la mejilla derecha.
Esta estrecha visión es sumamente peligrosa y conducirá irremediablemente al apilamiento de los muertos, no importando su procedencia de clase social. La pestilencia de la muerte, entonces, abarcará todo el entramado de la sociedad hondureña.
Será la época en que oligarquía y resistencia se encuentren en los mismos cementerios enterrando a sus familiares o en los hospitales contabilizando los mutilados. La hecatombe será irreversible, el llanto lo colmará todo y ya no habrá cabida para el perdón.
En estos momento no hay oportunidad para el dialogo, por lo que se aprecia, para los acuerdos civilizados, pues cuando se tiene el poder de las armas el pensamiento se envilece, se enturbia, y se cree que ese poder es omnímodo y eterno. La única salida para la perversidad convertida en poder es la muerte.
La oligarquía no debe cantar victoria porque los muertos están de lado de la resistencia, pues la violencia engendrada, más temprano que tarde, funcionará como bumerán, regresando del lugar de donde provino. Esto puede ocurrir aunque uno no lo desee; así funciona la dinámica de la violencia social, cuando no se tienen respuestas para solucionar la crisis política por la vía de la coexistencia pacífica.
¿Qué prefieren los oligarcas, compartir las cuota del poder económico, político y el bienestar social con todos los hondureños o “colombianizar” este proceso? ¿No existe entre los magnates voluntad política para arreglar con el FNRP los destinos de Honduras? ¿Pesan más los intereses mezquinos de la ganancia oligárquica que la vida o la salud física y mental de miles de hondureños? ¿No hay arreglo posible?
De no responder positivamente a estas preguntas, muy pronto se llenarán de cadáveres todos los rincones y la historia futura de Honduras, no será más que una página escrita con sangre.
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