viernes, 9 de abril de 2010

¿Dónde está la resistencia democrática?

Víctor Manuel Ramos

Juan Ramón Martínez es un estupendo fabulador. Tiene una capacidad imaginativa que le da para ser el creador de la Odisea o La Ilíada hondureñas, con todos los monstruos, sirenas, Poseidones, tempestades inimaginables. Parte de esa imaginación la desperdicia en sus análisis políticos, en los cuales quiere que sus deseos sean realidades. Ahora, de alguna manera, siente nostalgia por su héroe Micheletti, que ha pasado a segundo plano; luego de ser encumbrado como héroe, bastó solo medio menearle el árbol, para que se desparramaran los actos de corrupción que presidió con el objeto de salvar a Honduras. Cómo no iba a emocionarse gritando, el héroe, ¡Viva Honduras!, ¡Viva Honduras!, ¡Viva Honduras!, si fue este desventurado país al que esquilmó sin misericordia, dejándolo en muchas más honduras.

Añora, Juan Ramón, a los camisetas blancas que han desaparecido del escenario nacional, luego de que derrotaron, según su creencia, a la resistencia socialista (aquí es donde comienzan a aparecer los cíclopes gigantes), recompuesta, según nuestro creador épico, en la mesa, gracias al apoyo de USA, de sus seguidores locales y del Embajador Llorens. Tales inimaginables seres apocalípticos y mitológicos solo existen en las imaginaciones prodigiosas, pues, en Honduras, no hay ninguna resistencia socialista, pero si hay un pueblo enfrentado con quienes protagonizaron el golpe de Estado -no para salvar a Honduras, como está demostrado con los actos de corrupción del caudillo y sus adláteres- quienes, más temprano que tarde, como profetizara Salvador Allende, recibirán el castigo del pueblo soberano. La razón de la salida de los camisetas blancas del escenario político es que se acabó la plata para tirarles un mendrugo. La mayor parte de la plata, que se les asignó, sacada del presupuesto nacional, no fue a parar a los bolsillos de los pobrecillos camisetas blancas (invencibles guerreros que han derrotado y destruido a otro cíclope llamado Chavismo), sino a las cuentas bancarias de quienes recibieron tres millones a través de sus Fundaciones para alentar las marchas de los golpistas o dos millones y medio para hacer lobby en Estados Unidos a pesar de que ni siquiera tenían visa para ir a ese país.

Dice el refrán que a confesión de parte, relevo de pruebas. Pues bien, Juan Ramón admite, muy candorosamente, que los golpistas no se sustentaron en la legalidad para dar el golpe de Estado militar del 28 de junio pasado. Repitamos sus palabras: “Ni mucho menos aceptar que el Congreso Nacional –que no tiene competencia alguna- haya aprobado el decreto el 28 de junio, ratificado el 2 de diciembre, en el cual se destituye a un presidente del país”. Y esa, justamente, es la razón por la cual los hondureños, en su gran mayoría, sin que seamos socialistas, no aceptamos el golpe de Estado, como tampoco lo aceptan la comunidad internacional, ni Los Estados Unidos (esto último en la imaginación de Juan Ramón Martínez). El Congreso Nacional no está autorizado por la Constitución para destituir al Presidente de la República y los militares tampoco tienen autoridad para expatriar a un ciudadano hondureño, ni para meter
sus narices en la política nacional.

Pero lo más angustioso de esta historia es el triste papel que hoy juegan los militares, acusados hipócritamente por la fiscalía y absueltos por los tribunales corruptos que tenemos en el país; estos valientes, aterrorizados por lo que pueda depararles, en el futuro, la correcta aplicación de la justicia, ni siquiera hacen honor a su uniforme y aceptan, indecorosamente, pasar de zapato a caite, como ocurrió con el General García Padgeth, quien si tuviese verdadero pundonor militar debió exigir su retino y no colocarse en otra teta del presupuesto nacional de inferior categoría en el escalafón militar. Tanta humillación, pobre señor Padgeth, solo por haber derrotado al chavismo (ese Polifemo infernal), en feroz batalla, que asombrará a muchas generaciones venideras (parte de botín, arrebatado al enemigo en la feroz batalla, son los tractores que regaló Chávez, que en vez de estar en el campo sirviendo a los campesinos, están en los cuarteles, como lo ha confesado un militar y que, seguramente, más tarde, aparecerán en las fincas de estos atracadores uniformados).

Para rematar esta historia mitológica de héroes de camiseta blanca contras villanos socialistas, Juan Ramón baja del Olimpo a dos semidioses, engendrados quizás en el vientre de Leda, de Venus, de Afrodita o de alguna de esas reputadas mujeres que enloquecieron, con su belleza, a Zeus, para salvar al pueblo y a este infortunado país de la desgracia en que la sumieron el implacable chavismo y luego -y estos con inusual rapacidad- los civiles y militares golpistas (Romeo Vásquez sigue haciéndose el de a peseta con los millones que le entregó Zelaya para apoyar la consulta de la Cuarta Urna), aupados por el coro griego de camisetas blancas que les han cantado admirables loas. Se trata, ni más ni menos, de dos tritones: Carlos Flores y Rafael Leonardo Callejas, ambos coronados con la corona de laurel. Rafael Leonardo por haber esquilmado al país y por haberlo entregado al capital transnacional a este desventurado país e implantado el neoliberalismo salvaje, razón por la cual recibió del diploma de supresión de la visa norteamericana; y Carlos Roberto, traidor a su partido al haber propiciado la derrota del candidato liberal Rafael Pineda Ponce (parece que el pobre no se ha enterado todavía de por qué perdió las elecciones y quema incienso, sin ningún asomo de resentimiento, al Odyseo Flores). Ambos engendros de los dioses, adversarios en su lucha por la burra presidencial y las canonjías que ésta da, coinciden en estar dispuestos en sacrificarse por la patria. ¡Vaya suerte las que tenemos los hondureños!

No satisfecho con esta visión, Juan Ramón nos advierte de un Armagedón, de un apocalipsis seguro, profecía que se traduciría en un golpe de Estado militar (¡por Dios, que acostumbramiento a estos eventos fatídicos para Honduras!) patrocinado por Estados Unidos, más propiamente por el vengador, también poderoso hijo de Zeus, el embajador Llorens. Todo esto para que los pobres que nos gobiernan defiendan su vida, su libertad y sus bienes, como lo hicieron el 28 de junio pasado. ¿Porque, qué vida, que libertad o que bienes podrán defender las hordas de la resistencia socialista?





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