lunes, 1 de marzo de 2010

¿Se han terminado las utopías?

Víctor Manuel Ramos

¡Qué cosas las suyas, querido Juan Ramón! Pensar que no hay más camino para nuestros pueblos que el capitalismo salvaje. Para Ud., concluyo, ya no hay posibilidades de futuro y para apuntalar sus teorías, que deben tener aterrorizados en su tumba nada menos que a Marx y a Engels, acude a silogismos de tal simpleza que da grima pensar que vienen de su experimentada carrera política.

Suerte es el que Ud. desea que se produzca una discusión teórica que resulte en una propuesta innovadora. Pues bien, aceptamos el reto, y digo aceptamos porque, seguro estoy, hay muchos interesados, precisamente, en ese amplio debate que nos conduzca a desencuentros y encuentros, como resultado de la diversidad de pensamientos, a partir de los cuales se pueden obtener conclusiones saludables para el futuro de Honduras y de los hondureños.

Empecemos. Quiero decirle que si hay un planteamiento acerca de un socialismo del siglo XXI y quienes lo plantean no son cínicos, como Ud. asevera, y tampoco se trata de teóricos o ejecutivos que intentan poner en práctica estas teorías, a pesar de la desesperada oposición de las oligarquías ultramontanas. Ud. lo que suda es un rencor inexplicable hacia Zelaya Rosales quien, a mi manera de pensar, es sólo un accidente en la vida política de Honduras, un personaje que ha intentado interpretar las angustias del pueblo hondureño, sometido a la explotación y al sometimiento por esta seudo democracia que nos gobierna, y que ha comprendido la aspiración del pueblo hondureño de salir de la miseria económica y moral en que lo han arrinconado a lo largo de nuestra triste y trágica historia nacional. Por eso se ha convertido en un auténtico líder al que le teme la oligarquía razón por la que no le permiten regresar a su patria, al seno de su pueblo

Zelaya no ha fracasado. Por el contrario, su pensamiento y su acción han permitido que se organice en Honduras un movimiento político que plantea ideas innovadoras y que supera, con creces, la popularidad de los partidos tradicionales aún sumergidos en el liberalismo trasnochado del siglo XIX, traidores al pensamiento morazánico y a al empuje reformador que intentaran Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa y que nos quieren retrotraer a la Santa Inquisición. Todo esto, porque para el pueblo hondureño realmente no se han terminado las utopías, como lo quisiera Ud., Juan Ramón. Y la utopía del pueblo no es la venganza, que justificada estaría para poner tras las rejas no a quienes se han enriquecido honestamente, sino a aquellos que tienen, en sus cuentas bancarias y en los activos de sus empresas, los bienes que han robado al pueblo desde sus puestos encumbrados en la administración pública o a través de la evasión de los impuestos, el contrabando y el tráfico de drogas, mercancías y hasta de personas. La utopía del pueblo tampoco es la de la igualdad en la miseria y el hambre, porque, ¿cómo se atreve Ud., Juan Ramón, después de haber desempeñado le titularidad del Instituto Nacional Agrario, a afirmar que los hondureños en su mayoría no están muertos de hambre? Ud. no necesitó ir al campo para corroborar esto, bastaba hacer un recorrido por las salas del Hospital Materno Infantil para enterarse de la terrible tragedia que sufren nuestros niños que carecen de un bocado diario y que están sumidos en la catástrofe de la desnutrición. Ud., indudablemente, no se acuesta con el estómago vacío, pero gran parte de los hondureños sí. Y todo debido a esa indiferencia del Estado por resolver este dantesco panorama de la mayoría de los hondureños. Demostrado está, científicamente, que la desnutrición conduce a retraso mental. Claro, a la clase política que desgobierna al país no le interesa el desarrollo mental de los hondureños, por el contrario le horroriza esa posibilidad.

Qué cinismo puede haber en la exigencia de una nueva constitución, porque cínico si es que nos hayan atosigado artículos pétreos para la perpetuidad, como si las generaciones venideras nunca van a tener capacidad de encontrar mejores derroteros para el país; como, de igual manera, se nos quiere meter en la camisa de fuerza de un plan de país para treinta años durante los cuales no habrá nada nuevo que no haya sido previsto sabiamente por los profetas que ahora conducen el Estado para beneficio de unos pocos y para perjuicio de las mayorías. Claro que la pobreza no es una maldición. Nadie cree semejante aberración. Sólo los curas y pastores, quienes realmente actúan con cinismo, porque hay honrosas excepciones entre las cuales no están precisamente ni El Cardenal ni Evelio, predican la pobreza como un mandato divino, mientras se dan, ellos mismos, la gran vida a costa de las limosnas que perversamente esquilman a quienes no tienen nada, incluidas mesadas que provienen del presupuesto nacional.

La pobreza, coincido con Ud., Juan Ramón, es una falla del sistema. Pero una falla de gran envergadura, no un pecadillo como Ud. pretende. Es precisamente el resultado del fracaso del sistema, pues ¿qué otra cosa podrá pensarse de nuestra democracia que no ha sido capaz de superar el estatus de país miserable y atrasado? Y, por supuesto, esta falla debe ser resuelta. ¿Repartiendo, entre los más, que no tienen, lo mucho que tienen los menos? No hombre, esa no es la respuesta, ni es el fin que persigue la Resistencia. Se trata de crear un sistema en el cual, el Estado recupere, para beneficio del pueblo, de todo el pueblo sin excepción, los recursos del pueblo, las riquezas naturales y las grandes empresas que están ahora, indebidamente como se pretendía con la Represa José Cecilio del Valle, en manos particulares. No se haga bolas, como dicen los muchachos, Alemania, España, Estados Unidos, Taiwán, Singapur y Corea del Norte son países con una población con un alto desarrollo intelectual, con capacidad de enfrentar los retos de la vida moderna y de crear nuevas opciones científicas y tecnológicas para hacer la vida más agradable. Ellos inventaron el teléfono, la radio, la televisión, el automóvil, los aviones, descubrieron la electricidad, fueron a la luna,.. Nosotros, a duras penas, tenemos remedos de universidades intervenidas, constantemente por los politiqueros, para evitar su desarrollo autónomo en manos de auténticos universitarios y para que se limite a servir de sartén de donde tomar algunas canonjías presupuestarias y a formar profesionales mediocres.

Admito que no debemos imitar los modelos de Cuba, país sobre el que hay mucho que decir y que supera a la democracia hondureña en muchísimos aspectos del desarrollo social. Bueno pero entonces ¿a quién imitar?, porque si son Los Estados Unidos es nuestro paradigma, ¿porqué no enfilamos realmente la marcha hacia ese destino para llegar ya y no dentro de treinta o más años?

¿Qué podrá interesarle a la oligarquías gobernante hondureña el futuro del país si en su mayoría ni siquiera son hondureños pues tienen la nacionalidad norteamericana y hacen que sus mujeres vayan a parir allá para que sus hijos tengan, precisamente esa nacionalidad, más la hondureña de chemis, por si las moscas, por si se presenta la oportunidad de montares en la burra?

Juan Ramón, con Martí, Bolívar y Morazán ya ocurrieron cosas positivas para nuestros pueblos. Pero la utopía no se ha cumplido. Sus pensamientos aún no se han materializado. Porque quienes han llevado al pueblo hondureño casi al retorno a las cavernas y a los árboles han sido nuestros demócratas, incluido Ud. que es parte del gobierno desde hace mucho. Quizás Ud. no ignore que los chicos en el campo salen a comer nances, guapinoles, guamas, caraos, guayabillas y otros frutos que en los países desarrollados solo se atreven a ingerir los animales, las aves, sobre todo, y los monos. Y es precisamente de ahí, de ese fango del cual queremos salir la mayoría de los hondureños. Los hondureños que tenemos sueños esperanzadores somos capaces de movilizar al pueblo, que para desgracia de unos pocos, por fin, ha despertado y sabe perfectamente cuál es el rumbo a seguir. ¿O es que no ha visto al pueblo en las calles? ¡Qué cosas, Juan Ramón!

Fuente: Vos el soberano

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