Rodolfo Pastor Fasquelle
Difícil dirimir la disputa que arde hoy sobre las ideas políticas, sobre “un gobierno de unidad” y una fantástica Comisión de la Verdad para la reconciliación y sobre cómo podría conformarse un frente de oposición (ya no solo de resistencia) con una propuesta. Pareciera cada vez más lejana la posibilidad de que una verdadera Comisión de la Verdad ayude a construir las condiciones concretas para una nueva convivencia en tanto que continúan –incontinentes- los abusos a los derechos de los opositores, que son un escándalo internacional inocultable. Se nombra, para constituir esa Comisión, a partidarios de uno solo de los bandos y se juramenta a un gabinete de unidad que solo une al partido de los golpistas, mientras La Resistencia se debate entre pretendientes liberales de bajo calibre y aspirantes “populares” que asustan a muchos. Porque aunque, por un lado, el debate mismo es un nuevo signo de vitalidad intelectual y cívica, por otra parte manifiesta extremos de confusión evidentes en todo los puntos del espectro.
Nadie pareciera entender que el centro no es el sitio en donde desaparecen las diferencias en la indefinición, si no aquel en que se pueden conectar y escuchar los contrarios con espíritu crítico. Como también debería ser evidente que, si la reconciliación es necesaria por razones prácticas (no hay un futuro nacional sin ella), no se puede construir sobre la duna del olvido ni sobre el pantano putrefacto de la impunidad, si no fincar sobre la memoria cabal y la responsabilidad de todos. Mientras la esfera oficial finge una voluntad de diálogo, con pocas contradicciones, en el amplio mundo de la oposición, surgen fisuras lógicas entre quienes quisieran acomodarse (el poder es el poder) y entre posiciones ideológicas de clase que tendrían que reconciliarse pero se polarizan fácilmente y hasta se vuelven intransigentes. Aunque la objetividad no es tibieza ni la definición ha de ser obcecada, el centro desaparece y deja de nuclear. Y el círculo se escapa roto.
Ciertamente es difícil creer, por lo que uno ve sobre la mesa, que el Sr. Lobo esté interesado en la unidad, la ética pública o la verdad cuando nombra a un equipo de gobierno detestable, lleno de personajes cuestionados y de fanáticos. Hasta ahora casi todos sus nombramientos son de personas que estuvieron íntimamente vinculadas al golpe, sus beneficiarios y sus apologetas. La mayoría de ministros, ex diputados de las bancadas golpistas o representantes del golpismo en las negociaciones. Se les permite despedir a empleados a los que incluso el golpe había respetado por su antigüedad. Se descartan las propuestas de otros que pudieran estar interesados, por sospechárseles cualquier grado de simpatía con la resistencia. Se pretende encausar procesos por acusaciones ridículas (como las largamente anunciadas y recién divulgadas contra el ex Presidente Zelaya) y se permite que unos de los personajes más oscuros de nuestra historia, como Rafael L. Callejas se proclame inquisidor de la corrupción. Le recuerdo al Presidente Lobo, puesto que desde su Casa Presidencial se le permite despotricar contra Manuel Zelaya a este pillo, que el personalmente me dijo hace pocos años que Callejas era “un ladrón” del que no me debía preocupar.
Si no ha de prevalecer la represión ni triunfar una Revolución, los hondureños tendrían que entender que la actual circunstancia exige un poder público valiente y dispuesto a escuchar y a resolver la contradicción principal, en vez de fingir demencia acomodando a oportunistas, y necesita de una oposición leal a las instituciones públicas dispuesta a participar en un dialogo genuino, con propuestas practicas y fundamentales como las que ha planteado ya el ex Presidente Zelaya: seguridad para los derechos humanos, discusión de las condiciones para una Constituyente (como la que el propio Lobo avaló hace pocos meses) y garantías para una Comisión de la Verdad que no puede estar constituida por inocentes, si no por figuras definidas y de prestigio que representen las distintas posiciones del espectro. No es cuestión de excluir a nadie. El ex Presidente Fox (directivo de la Coca y líder de la derecha mexicana) tiene exactamente tanto derecho a estar ahí como el Presidente Chávez, aunque quizás ninguno sea un miembro ideal. Y La Comisión debe de tener figuras nacionales –al menos dos-- con autoridad moral de consenso que no serán fáciles pero tampoco imposibles de encontrar. Aún quedan videntes en el país de la ceguera.
No objeto para el gabinete la designación de un Ham, que puede demostrar aún que defenderá a los campesinos del Valle del Aguan o un Bernard que pudiera retomar los programas fundamentales de Cultura descarrilados por la estulticia del golpismo. ¿Por qué los habría de descalificar si uno y otro sacaron tantos votos como saque yo cuando fui precandidato? Pero un genuino Gabinete de Unidad no puede excluir a representantes legítimos del 65% del electorado que se abstuvo en las elecciones recién pasadas para protestar en su contra y cuyas propuestas pueden consultarse al liderazgo reconocido de La Resistencia. Hay más que suficiente espacio para eso aun, en el Consejo contra la Corrupción que por hoy es una vergüenza, en el Consejo Nacional de Educación que no se ha formado, en el Foro Nacional para la Convergencia, etc.
Mientras tanto, una Resistencia eficiente tendrá que definir con claridad una ideología democrática y popular, pero no puede dejar por fuera al liberalismo resistente y a los muchos independientes de la clase media profesional que se expusieron contra el golpe, aunque no comparten muchos radicalismos de la izquierda. Los demás son cuentos. Se los pueden contar entre ellos los partidarios de uno y otro bando, pero no conseguirán dialogo, ni reconciliación ni condiciones mínimas para una convivencia en que pueda reinar el orden, garantizarse la libertad ciudadana y la tranquilidad pública ni propiciar las transformaciones anheladas. Pareciera esto bastante evidente pero hay muchos y en todas partes que no tienen ojos para ver.
Fuente: Vos el soberano
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