viernes, 5 de febrero de 2010

"El golpismo y la falta de democracia estadounidense"

En los meses desde el golpe de estado militar he asistido a sesiones del Congreso enfocadas en Honduras, a docenas de eventos en los “think tanks” y conferencias de prensa, y he reunido con representantes del Departamento del Estado y asistentes de congresistas. He llegado a reconocer las caras de personas como Otto Reich, Roberto Flores Bermúdez, Gabriela Zambrano, Robert Carmona Borjas, y también de los que se oponen al golpe, como Hugo Noe Pino, miembros de varias organizaciones solidarias, y representantes de la embajada que la retomaron después de que el embajador golpista se regresó a Tegucigalpa. También he participado en el debate en los medios, blogeando, y organizando eventos para hondureños en resistencia. Por medio de este proceso he llegado a ver cómo se fue formando un discurso hegemónico sobre el golpe y el gobierno de facto. En esta presentación pretendo dar algunas observaciones etnográficas sobre el proceso de control de mensaje en Washington al servicio del golpe de estado militar en Honduras. Yo propongo que el éxito del argumento que dice que el golpe y la represión que siguió son parte de un proceso democrático, se debe a la falta de un proceso democrático en Washington.

Un resultado del golpe militar en Honduras ha sido la extrema polarización de la sociedad hondureña, un hecho que ha tenido consecuencias personales trágicas para quizás una mayoría de gente, quienes han perdido amistades y familiares. Durante los primeros días después del golpe, antes de que, como ahora dicen, las máscaras se habían quitado, antes de que los jóvenes hubieran purgado de sus cuentas de feisbuk a todos sus ex-amigos, hubo debates apasionados en las escuelas, en los lugares de trabajo, dentro de los hogares de la gente y en el internet. En Washington estos debates tomaron lugar entre gente que tenía mucho menos que perder y con mucha menos información. Para Washington Honduras siempre ha sido, como su nombre, insignificante como país (excepto quizás como base militar). Ha sido bajo el control económico y militar de los estados unidos por más de cien años, y su población ha sido controlada últimamente por métodos neoliberales de control de crimen importado de Rudolph Giuliani. No creo exagerar al decir que antes del golpe, la mayoría de estadounidenses incluyendo a varios congresistas no sabían ni en que continente estaba.

Dado la ignorancia sobre el pequeño país con el triste nombre, fue impresionante el grado de control que ejercieron los que apoyaron el golpe sobre el mensaje desde un principio. En Honduras, el diario El Heraldo del 2 de julio anunció “’Fuera Mel, Fuera Chávez’ grita multitud a favor de democracia en Honduras…Diferentes disertantes manifestaron que el mundo debe entender que en Honduras no se ha dado un golpe de Estado, pues lo que sucedió fue una sucesión basada en el orden constitucional.” El control de los medios que en Honduras se logró a base de ataques militares en contra de los medios y los periodistas que se opusieron al golpe, en los EUA fue producto del proceso neoliberal de consolidación de los medios. Artículos de pura propaganda fueron republicados sin crítica alguna en los periódicos grandes y en otros medios, lo cual contrastaba con el reportaje de los 90 sobre Honduras cuando una serie de artículos en el Baltimore Sun provocó investigaciones en el congreso norteamericano sobre el rol que jugaba los EUA con respecto a los escuadrones de muerte de los 80 conformados por gente como Billy Joya que con el golpe asumió puestos altos del gobierno de Micheletti.

En los medios, en el congreso y en los “Tinku tanks” de Washington, predominaron los argumentos que la expatriación de Zelaya a punto de pistola por militares fue constitucional y por lo tanto justificado. Aparte de que no cuadraban los argumentos golpistas sobre constitucionalidad, no cabía ningún debate sobre si la constitucionalidad fuera equivalente a la democracia, ni que si la ley en sí es una institución esencialmente anti-democrática.

En Washington como en Tegucigalpa, la lucha para adueñarse del concepto de democracia ha sido primordial en la formación del discurso sobre el golpe hondureño. Para mí entonces fue muy interesante estudiar las estructuras predeterminadas y jerárquicas en que se fue formando el debate, y cómo ese ambiente anti-democrático dio forma a ideas más abstractas sobre la democracia. Los periódicos de derecha (que son casi todos) negaron a publicar opiniones en contra del golpe. Los “Think Tanks” como el Dialogo Interamericano, el cual tiene el apodo del “monologo” dentro de la pequeña izquierda Washingtoniana, invitaron a sus paneles casi solamente gente o que no se oponía o que fuertemente apoyaba al golpe, como los miembros del TSE, Jorge Castañeda, el ex embajador golpista Flores Bermúdez, Diana Villiers Negroponte, Craig Kelly, etc. y mantuvieron fuerte control sobre sus listas de invitados y las preguntas que hicieron. El departamento del estado en sus eventos según “públicos” que no lo fueron fue lo mismo. Y en la audiencia del Congreso convocada dos semanas después del golpe por el congresista Eliot Engel como favor para su muy amigo el lobista Lanny Davis (recién contratado para representar al grupo empresarial CEAL-Honduras), fue prohibido al público hablar, el panel de cinco según expertos incluía al señor Otto Reich y al mismo Lanny Davis, amigo desde la niñez de Hillary Clinton.

En la audiencia del Congreso, la performancia de la “democracia” fue interesante y asustante a la vez. Fue la primera vez que yo había entrado en el Congreso y por muy cínica que soy, no esperaba el nivel de debate que encontraba ahí. Los Demócratas carecían de información casi totalmente y no cuestionaron las falsas acusaciones de que la cuarta urna fue un intento de Zelaya de mantenerse en poder, entre otras cosas. Fue evidente que todos los Republicanos por su parte habían recibido las mismas “talking points” sobre la constitucionalidad del golpe y la amenaza de Chávez. Y ningún experto pudo o quiso corregir las escandalosas mentiras y errores de los Congresistas.

A pesar de los argumentos de los dos lados, el golpe tenía muy poco que ver con Chávez. Sin embargo, en Washington esa ficción, basada en el hecho de que Honduras se había unido al ALBA con la plena autorización del Congreso incluyendo al mismo Micheletti, llegó a ser hegemónica. Acusaciones sin fundamento sobre lazos entre Zelaya y el narcotráfico Venezolano y hasta con el FARC completaron un retrato de Zelaya como no sólo socialista sino como amenaza terrorista a los EUA. Y dado que muy pocas personas que han sido consideradas expertas sobre Honduras fuera del contexto del golpe (y somos muy pocos) fueron invitadas a los think tanks y otros sitios de poder, el discurso llegó a ser hegemónico.

Por supuesto el discurso del terrorismo ha tenido un efecto profundamente antidemocrático dentro de los estados unidos durante la última década, justificando todo desde el Patriot Act hasta la práctica generalizada de tortura. Como tal, el hecho de que en el contexto del golpe de Honduras todos los gobiernos latinoamericanos que tienes relaciones no hostiles con Irán son sospechados de terrorismo nos ha de dar miedo. En la audiencia “pública” del Departamento de Estado Hillary Clinton dijo, usando lenguaje sumamente patriarcal, que habría serias consecuencias para gobiernos latinoamericanos que “coqueteaban” con Irán. Irónicamente, el gobierno de Micheletti tuvo mucho más en común con el gobierno de Irán que cualquier otro país latinoamericano. En más de una ocasión los medios internacionales han subido imágenes de la represión en Honduras que normalmente jamás salen al aire, diciendo que son Teherán para demostrar el salvajismo de la represión Iraní.

El hecho de llamar a los gobiernos de centro izquierda como lo fue lo de Zelaya (un excelente neoliberal, que aprobó al CAFTA y al plan Mérida) “terrorista” para legitimizar a golpes, viene acompañado con la criminalización de la libre expresión, lo cual en Honduras llevaba una pena de muerte de facto para más de 20 personas registradas y quién sabe cuantos más que no se lograron a contar. De una forma mucho menos dramática, los grupos de solidaridad en Washington se encuentran excluidos del proceso según democrático dominado por los lobistas, los medios y los think tanks financiados por corporaciones privadas. Y aunque no enfrentan el violento poder de reyes del que habla Foucault como viven ahora los Hondureños, hay formas mucho más burocráticas de monitoreo e intimidación que ocupan los oficiales estadounidenses para prevenir la libertad de expresión a favor de la resistencia hondureña en Washington. Un ejemplo más claro de los paralelos antidemocráticos fue el uso simultáneo de gas lacrimógeno y armas sónicas de manufactura Israelí contra la embajada de Brasil en Tegucigalpa y contra los manifestantes pacíficos contra el Grupo de 8 en Pittsburgh.

Las batallas luchadas desde los márgenes de los lobistas y del Departamento de Estado de Washington se tratan tanto de carencia democrática estadounidense como de solidaridad con los hondureños que luchan por su democracia. Pero dada la intransigencia de la estructura y la indiferencia sobre el golpe y las violaciones de derechos humanos, esas batallas se quedan en los márgenes. “Quisiéramos ayudarlos” me dijo la asistente de la Congresista Jan Schakowsky “y hemos intentado pero hay el debate sobre la salud y todo mundo quiere salir antes de la navidad y francamente a nadie le importa Honduras.”

Parte del capital cultural de ser profesora es poder ganar acceso a la “democracia” negada al ciudadano común y corriente. El 23 de noviembre tuve la oportunidad de reunirme con Christopher Webster, jefe de la división centroamericana del Departamento del Estado. Yo iba con el propósito de presionarle sobre las próximas elecciones que ya habían sido declaradas ilegítimas por la OEA, la ONU, el Carter Center, y la gran mayoría del mundo. Pero según el, el hecho de que Micheletti había conformado un gobierno de unidad sin incluir a nadie que no fuera de su lado fue suficiente. Le pregunté por qué el Departamento de Estado no había dicho nada sobre las más de 4 mil violaciones de derechos humanos.

“Hemos sido muy claros,” dijo. Yo le contesté que al contrario no habían dicho ni una sola cosa públicamente para recriminar a los responsables de los asesinatos, torturas, y detenciones arbitrarias que habían sido ampliamente documentados por varias organizaciones internacionales. “No creo que son documentados,” dijo. Como respuesta le di el reporte de Amnistía Internacional para que viera. Entonces dijo que se trataba de crímenes comunes y que la violencia vino de todos lados. Yo seguía, exigiendo que me diera un ejemplo, un solo ejemplo de una recriminación publica de parte del Departamento de Estado. “Hemos dicho cosas,” me dijo, y después de una pausa, “de acuerdo, no hemos dicho mucho.”

Después de la reunión con Webster, noté un cambio Orweliano en el discurso de la administración. En vez de condenar las violaciones, empezaron a decir una y otra vez que lo habían hecho. Fue ingenio. Y han sido consistentes con esa táctica en casi todas sus posturas frente a Honduras, como por ejemplo el supuesto multilateralismo de la administración Obama. De hecho, en vez de condenar a los responsables de violaciones de derechos humanos, apoyaron fuertemente a la amnistía para todos. Esto responde a la lógica de Obama que habla de no mirar para atrás sino para adelante y de hecho la misma lógica permite que continúen las políticas estadounidenses de tortura, rendición extraordinaria, intervenciones ilegales de líneas telefónicas, y quien sabe cuántas más usurpaciones democráticas de la última década.

Y mientras se nos hace difícil entender esta semejanza en los EUA, no les dificulta a la gran parte de hondureños. Un día tres semanas antes de las elecciones hondureñas y justo después de que se cancelaron las elecciones fraudulentas en Afganistán y pusieron de nuevo como presidente al títere estadounidense de Karzai, me encontré en un almuerzo con el embajador zelayista de la OEA Carlos Sosa Cuello, quien públicamente había mantenido una posición muy diplomática frente al gobierno gringo y hasta hacia los mismos golpistas. Me sorprendo declarando de la nada que no lo iba a ver dentro de poco, porque ya se iba a Honduras a alistarse con la resistencia. Ya no había más que hacer en Washington, me dijo. “¿Sabes cuál es el problema con los Estados Unidos?” me pregunto. “Los Estados Unidos cree que con las elecciones puede resolverse todo. Pero elecciones y democracia no es lo mismo. ¿Crees que Honduras puede resistir las elecciones montadas por los gringos? ¡Mira lo que pasó en Afganistán!”

En todo momento había diferencias fuertes de opinión dentro del gobierno estadounidense. Algunas contradicciones públicas de la administración no se sabe si fueron diferencias reales o estratégicas, pero otras son más claras. En Tegucigalpa miembros de la embajada estadounidense participaron en las caravanas de la resistencia mientras Llorens abogaba por la amnistía. En el Congreso los Demócratas de izquierda se quejaran sin parar sobre las acciones del Departamento de Estado, y sobre los Republicanos que viajaron ilegalmente a apoyar al gobierno de facto sin repercusión ninguna.

Por el control que tienen algunos políticos (en este caso los Republicanos que bloquearon el nombramiento del Arturo Valenzuela Secretario de Estado Adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental) para arrestar las instituciones de la democracia (y por cierto siempre que la democracia se institucionaliza vuelve a ser más institución que democracia), la política hacía Honduras fue manejado por el Departamento de Estado—conformado de funcionarios no electos de administraciones anteriores, de Bush y hasta de Reagan. Y como resultado, cuando por fin Valenzuela estuvo permitido a trabajar por el hecho de que Shannon contradijo la postura anterior de la administración diciendo que los EUA iban a reconocer las elecciones con o sin el regreso de Zelaya a la presidencia, Valenzuela, un académico impresionante de izquierda producto del golpe de Pinochet, se tuvo que volver golpista. Ya sea en los think tanks, en los medios o en el mismo gobierno controlado por lobistas y dinero corporativo (como dictó la recién decisión de la Corte Suprema de Justicia estadounidense), la falta de democracia dentro los Estados Unidos hizo inevitable que apoyara el golpismo en Honduras.

Adrienne Pine
Assistant Professor of Anthropology, American University
Senior Research Associate, Council on Hemispheric Affairs
Fuente: Vos el soberano
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