Roberto Zapata V.
Un día durante los años duros de los ochentas, asistía a un grupo de sindicalistas norteamericanos independientes a una visita al Ministerio del Trabajo, donde, además de presentar un pliego de peticiones que buscaban aliviar las condiciones en que se encontraban los sindicatos de trabajadores de Honduras, necesitaban reclamar por la represión a que habían sido objeto ellos mismos. Después de las presentaciones pertinentes, la entrega de la nota y del reclamo, un tanto airado, del coordinador del grupo de sindicalistas norteamericanos, el representante del señor ministro, pidió, entre otras cosas, que tuviéramos paciencia que los problemas habrían de arreglarse de la mejor manera y que por favor, dejásemos la política para los políticos, lo nuestro era laboral que nos dedicásemos a eso. Por lo que, Michel le espetó que eso mismo les habían dicho desde siempre, pero que ellos habían descubierto que quienes tomaban las decisiones de política laboral, de ajustes de salarios y condiciones de trabajo eran los políticos y que en consecuencia, para enfrentar sus problemas los obreros debían hacer política pues de otro modo eran embaucados siempre.
Yo perdí contacto con Michel y su grupo, sólo recuerdo dos pensamientos de sus intervenciones: “La política es la fuerza que mueve las naciones; pero estamos obligados a luchar para que los políticos las muevan a favor de las mayorías”; luego, decía que debíamos tener paciencia, que las cosas han de tomar la forma que queremos, los “latinos” son muy impacientes, decía. Es seguro que ellos han avanzado muy poco; nosotros, a pesar de los golpes y la bastedad de los sufrimientos, hemos logrado algunas conquistas que en Norteamérica son imposibles.
De seguro que la política como propósito debe ser la fuerza que mueva las naciones, especialmente cuando Michel la veía como una institución en sentido ético, como una disposición a obrar en una sociedad que utiliza el poder público organizado para lograr objetivos provechos para la mayoría. Pero él la planteaba en el sentido en que la concibe Carl Schmitt, en donde la política es como un juego o dialéctica amigo-enemigo, que tienen en la guerra su máxima expresión y que el Estado, interviene como juez componedor. Max Weber define la política estrictamente en función del poder y cuyo ejercicio está en relación a un conflicto de intereses. Hoy sabemos que esos intereses definen el marco ideológico en que habrá de moverse el árbitro, es decir el Estado y puesto que todas las circunstancias o decisiones importantes, pasan por una movida política, aquellos cuyos intereses no devuelven dividendos, poco o nada deben esperar de quienes, como políticos profesionales a nuestra usanza, asumen el poder del Estado.
El Golpe de Estado del 28 de junio del 2009 es el mejor ejemplo para reforzar esta definición y el clamor que despertó ese hecho y con la fuerza y constancia con que se ha mantenido, ha de tener impresionado a Michel, si está en condiciones de saberlo. Los niveles de conciencia del pueblo hondureño subieron a estados nunca vistos; la claridad de que los caminos y los objetivos son rutas y metas satanizadas desde siempre en su contra para favorecer a los explotadores, ha levantado su entereza, su valor y su orgullo, mal haríamos si lo defraudamos.
Quienes piensan que debemos conciliar así como así, se olvidan de algunos factores que pueden imposibilitar un encuentro del Frente Nacional de Resistencia Popular con el actual Gobierno, veamos:
Pepe Lobo necesita la aquiescencia de la Comunidad Internacional, misma que sigue apegada al Acuerdo de San José o por lo menos lo usa como pretexto aún manoseado, tergiversado y violentado, para obligar a una postura de unidad en un país altamente polarizado. Por ello exige un Gobierno de conciliación y la formación de la comisión de la verdad, quizás para nada pues él ha advertido que esa comisión serviría únicamente para saber la verdad, no para castigar a nadie y además resulta, que nos conciliamos, pero manteniendo, por supuesto todo el aparataje de la estructura del sistema; por el contrario, don Porfirio, ni aún a descuento de sus necesidades se ha dignado en aceptar que lo que sucedió el 28 de junio del 2009 fue un Golpe militar empresarial religioso en contra del Estado de Derecho, y mucho menos a reconocer la existencia del Frente Nacional de Resistencia Popular, es decir el pueblo como fuerza política verdadera y suficiente para un real ejercicio de conciliación y unidad. Que todavía hoy afirma que ganó el derecho a dirigir el Estado hondureño en unas “elecciones multitudinarias, libres y transparentes”.
Asumamos pues, que la lucha es larga, pues conciliar con el actual Gobierno, sin que el Frente Nacional de Resistencia Popular ponga en precario sus prestigio, mantenga sus objetivos sin menoscabo, no contraríe sus principios y sostenga a nivel de dignidad la memoria de sus muertos, se requiere que Pepe Lobo “desmantele” la Corte Suprema de Justicia, al Ministerio Público y al Tribunal Supremo de Elecciones; sujete a las FF.AA, consiga el beneplácito de la Empresa Privada y acepte llevar ante un Justicia real a los golpistas. Todo ello, a todas luces, de imposible realización para un Gobierno tan débil como el don Porfirio, en donde todos mandan menos él, pues de intentarlo tendría que apartarse del modelo neoliberal y plantarse frente a los dueños del poder real.
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