Ex oficiales israelíes traspasan algunas de sus experiencias represivas a los gorilas hondureños, y apuntan a un pasado que parecía muerto
La revelación de que oficiales de los servicios secretos de Israel se hallan entre los asesores de los golpistas hondureños permite ver mejor esa parte sórdida de la represión agazapada tras las armas automáticas, la suspensión hasta del derecho de reunión y el despliegue abusivo y escandaloso de los militares, al tiempo que ofrece nuevos hilos para tejer la trama real de lo que allí todavía acontece.
Tortura sicológica «de última generación» y métodos sofisticados para implantar el terror y desalentar a la resistencia: esas son algunas de las tareas específicas que se adjudican a las instrucciones de ex oficiales israelíes, denunciados por el Comité de Derechos Humanos y Radio Globo, en esta Honduras secuestrada por los gorilas de Micheletti. Aunque buena parte de su comandancia haya sido educada en las mejores artes de la Escuela de las Américas y tenga suficiente experiencia desde los tiempos de la guerra sucia en Centroamérica, puede que los militares hondureños todavía «aprendan».
Dos asépticos operativos hicieron aflorar la presencia de los israelíes, luego que la sorpresiva llegada de Manuel Zelaya a la Embajada de Brasil en Tegucigalpa revalidara el reclamo diario de un pueblo con casi tres meses de protesta, y dejara como memos a los gendarmes en la demostrada inutilidad de sus retenes, y de esa desproporcionada parafernalia bélica que despliegan frente a un pueblo sin armas.
Los métodos usados para desalojar la sede sin fusiles de asalto que testimoniaran la fuerza fueron, por tanto, de una violencia pérfida, y se señala en ellos la mano de los sionistas. Uno consistió en la colocación, cerca del inmueble, de un equipo especial que emitía sonidos agudos y persistentes tales como sirenas, y cuyo fin era la desestabilización sicológica.
El otro, menos limpio en el evidente afán de no dejar evidencias, fue la diseminación dentro de la casa de gases tóxicos que provocaron reacciones dramáticas entre el centenar de personas que aún acompañaban al Presidente: náuseas, hemorragias, dolor de cabeza y otros trastornos fueron atendidos por el único médico a quien, finalmente, los golpistas permitieron traspasar el férreo cordón militar que todavía rodea la Embajada.
Ello demuestra que el régimen no solo es falaz cuando sigue aduciendo que en Honduras hubo una democión constitucional de Zelaya y no un golpe militar; también lo es cuando reprime. Ciudadanos que se encontraban alrededor de la sede diplomática, fueron testigos de la manera solapada en que se introdujeron los gases, sin bombas o mangueras. Según denunció el director de Radio Globo, David Romero, las sustancias fueron inoculadas al sistema sanitario de la instalación a través de los desagües. Luego se convertirían en gases letales en los baños, al reaccionar con la orina.
Son esos algunos de los «sencillos» métodos que harían más eficaz a un ejército donde, empero, ya se toman recaudos para que las pocas cámaras televisivas permitidas, no capten calles demasiado ensangrentadas. Por eso, además de las balas y los gases lacrimógenos, los gorilas usan bastante el garrote, muchas veces incrustado de objetos punzantes.
Cientos de piernas, brazos, clavículas, costillas y cráneos fracturados están en los reportes de tres meses recogidos por el Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos de Honduras (COFADEH), según confirmó a JR su coordinadora Berta Oliva. A pesar de que tiene 28 años de experiencia, se confiesa abrumada por la cantidad de reportes de estos meses y, sobre todo, por «la brutalidad empleada contra hombres y mujeres, contra jóvenes… Prácticas que yo creía superadas».
Luchadora infatigable en el hallazgo de los cementerios clandestinos que probaron la masacre en los años 80, Berta atestigua que hay represión selectiva para infundir pavor, y se han activado los viejos escuadrones de la muerte. En la documentación que abrió desde el 28 de junio, constan 14 asesinados directamente, solo porque pertenecían a la resistencia. «Han ido a sus casas, en motos, a dispararles».
En su opinión, se trata de la continuación de la misma política promovida por la administración de Ronald Reagan, con el auxilio de la CIA, para acabar con la Revolución Sandinista y «pacificar» a Centroamérica. «Son los mismos actores quienes están en el control absoluto del poder. Las que han cambiado son las víctimas», afirma.
Puntada a puntada
Cuando Roberto Micheletti, a pesar del mucho oxígeno que le dejó el Departamento norteamericano de Estado, parecería empujado a un diálogo que presionan la resistencia y una comunidad internacional impactada por su intransigencia cavernícola, revelaciones como la de la alegada asesoría israelí ayudan a seguir conformando el entramado lleno de dobleces de este golpe, que muchos observadores consideran «atípico».
Las conexiones con el pasado demuestran que no hay mucho nuevo bajo el sol, si bien las maneras pretenderían algunas sutilezas no contempladas en los tiempos de la guerra no declarada y el exterminio masivo que aniquiló a cientos de hondureños, para convertir a su país en rampa de lanzamiento enfilada contra Nicaragua. Fue una represión atroz, quizá aún no suficientemente documentada.
La presencia otra vez, ahora, de Israel, es uno de esos nexos que engarza perfectamente con el pasado, y se suma a los contactos sabidos entre los gorilas y personajes como John Negroponte, ex embajador norteamericano en Tegucigalpa en los años 80, y bajo cuya representación aumentó la ayuda militar norteamericana a Honduras hasta los 77 400 millones de dólares.
No es el único de aquellos tiempos que ha vuelto al escenario. También lo ha hecho Billy Joya, fundador de esos escuadrones paramilitares a cuyos miembros, según la titular del COFADEH, la impunidad permitió seguir agazapados en Honduras. Entre ellos se cuenta también el titulado director de Migración de Micheletti, Nelson Mejía, quien —asegura Oliva— custodió durante mucho tiempo los siete mil expedientes abiertos en la década de los 80 para «marcar» a los líderes sociales que había que hacer desaparecer. O el director nacional de Tránsito de la Policía, Napoleón Nazar Herrera, estrenado, como Joya, en el represivo Batallón 316 y quien, según Berta Oliva, «tiene mucho control».
Ahora, la denunciada asesoría israelí se suma a esas puntadas que siguen conformando el tejido golpista, y perfilando a sus promotores y protagonistas. Y sigue remitiendo a aquellos tiempos.
Lo que no puede volver
La Honduras de los 70 estuvo entre las principales compradoras de armas a Israel y también la Nicaragua de Anastasio Somoza, que las usó a raudales, vanamente, para enfrentar al guerrillero Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua en su ofensiva final sobre Managua.
Cuando Reagan se empeñó en destruir la Revolución triunfante con el FSLN a la cabeza, esos vínculos sirvieron para que Israel participara en las transacciones para la ilegal venta de armas a Irán: un negocio sucio auspiciado por la CIA para obtener millones con destino a la «contra», donde también tomó parte Tel Aviv, y que reventó en el escándalo conocido como Irangate.
Pero puede que la aplicación de la experiencia represiva de los sionistas fuese más visible en Guatemala. Al uso de sus armas y técnicas se le adjudica buena parte de las decenas de miles de desaparecidos y desplazados que dejó allí la contrainsurgencia durante el conflicto armado. La política de tierra arrasada y los mal llamados «polos de desarrollo» o «aldeas modelo» sacaron de sus comunidades o asesinaron a miles de indígenas. Según consigna el Centro de Estudios de Guatemala, los israelíes «asesoraron específicamente en las áreas de comunicaciones, inteligencia, tortura», y en la implementación de las aldeas.
Con tales antecedentes, las denuncias sobre la asesoría israelí a los represores de Micheletti, no asombran.
En un comunicado, la Campaña palestina contra el muro levantado en los territorios ocupados asegura que se están repitiendo en Honduras «los mismos patrones» que Israel aplica contra aquel pueblo, tales como «la represión violenta de las manifestaciones, los asesinatos selectivos (principalmente fuera de las manifestaciones), el castigo colectivo y el terror psicológico».
Para Berta Oliva, una de las agresiones más feroces de los días recientes ha sido la irrupción de los soldados hondureños en colonias y viviendas, hacia cuyo interior se lanzan bombas lacrimógenas indiscriminadamente, sin importarles la presencia, incluso, de niños pequeños. Una de las torturas más comunes a quienes son ilegalmente detenidos consiste en la aplicación continua de cigarrillos encendidos contra distintas zonas del cuerpo. Otros métodos hieren el pudor, por eso Berta se abstuvo de describirlos.
Lo que consta en su documentación, sin embargo, se restringe al ejército de Honduras, aclara. «Con tristeza, con repudio, le digo que están aplicando las mismas viejas prácticas. Pero ahora son más sofisticadas porque las han aprendido mejor.»
Fuente: www.juventudrebelde.cu
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