Por Víctor Manuel Ramos
Siendo un niño de siete años, tuve la oportunidad de presenciar la mascarada de elecciones que realizó el Jefe de Estado D. Julio Lozano Díaz. Vivíamos en San Francisco de Yojoa, en donde mi madre impartía clases y yo cursaba el primer grado de la primaria.
Nosotros alquilábamos una casa de madera en la calle principal que sube hasta la plaza en donde se sitúa la iglesia y el cabildo municipal. Calle de por medio vivía el Dr. Aronne, con cuyos hijos compartíamos felices horas de juego. Marcio, hace poco murió en Choluteca, luego de una vida dedicada a la medicina, era uno de los más brillantes alumnos de la escuela. Nosotros practicábamos con la familia Aronne una estrecha amistad. En aquella ocasión yo ví a la población de San Francisco unida en contra de la tiranía y la imposición.
Los hombres se congregaron en la parte más baja de la calle, enarbolando banderas liberales y nacionalistas y gritando consignas libertarias, emprendieron el camino hacia la plaza. Al final de la calle, en el borde de la plaza, los militares habían emplazado varias ametralladoras. Cuando la masa comenzó a acercare a los uniformados, estos empezaron a disparar contra los manifestantes quienes se dispersaron corriendo atropelladamente para salvar sus vidas. No recuerdo si hubo o no muertos. Nosotros nos habíamos refugiado en la casa del Dr. Aronne y cuando se produjo la balacera nos mandaron a que nos tiráramos en el piso que estaba debajo de la casa, construida sobre polines.
Posteriormente, mi madre se trasladó a Jesús de Otoro a continuar su labor magisterial y estando ahí se produjo el golpe de Estado en contra de D. Julio. También recuerdo el entusiasmo con que los otoreños recibieron con entusiasmo el derrocamiento del tirano. Yo fui detrás de mi madre cuando ella salía a hacer propaganda por la candidatura de Ramón Villeda Morales, como presidente. A pesar de mi edad ya sentía repudio por Enrique Ortez Pinel por haber traicionado las aspiraciones del pueblo de poder elegir libremente a sus mandatarios.
Mas tarde, en La Esperanza, a donde fui para continuar mis estudios secundarios, siendo un adolescente, presencie el golpe de Estado en contra de Villeda Morales. Me impresionó profundamente la felonía y la traición protagonizada por Oswaldo López Arellano, pero sobre todo, el hecho de que hayan asesinado a los guardias civiles a quienes acribillaron cobardemente pues estaban desarmados. A partir de ese hecho genocida, que no ha sido juzgado por los tribunales, comencé a incubar un odio contra el abuso de la fuerza en contra del pueblo por parte de los militares. También desde entonces, a pesar de ser un imberbe, los militares me consideraron comunista y armaron toda una campaña en el Instituto para que yo no ganara la Presidencia del Consejo Central de Estudiantes. A pesar de eso gané la lid.
Luego vinieron las elecciones, también fraudulentas, con que López Arellano pretendió legalizarse como Presidente Constitucional. En su mandato se produjo la represión de la Huelga general de trabajadores y empresarios en contra de la imposición del impuesto sobre ventas, con represión tremenda contra el pueblo por parte de los militares.
Igualmente Honduras fue invadida por El Salvador con el apoyo de los empresarios norteamericanos y el ejército hondureño fue incapaz de defender la soberanía nacional, quedando completamente desenmascarado ante el pueblo por su capacidad para apalear al pueblo y su incapacidad frente a los invasores. Si no hubiéramos tenido la intervención de la OEA, todavía tendríamos a las tropas salvadoreñas en territorio nacional. Terminado su período, López Arellano tramó todo para que fuera electo Ramón Ernesto Cruz, un anciano sin temple para gobernar, situación que aprovechó el mismo López Arellano para hacerse del poder nuevamente, impulsando un proceso reformista que dio al traste cuando se descubrió que él y su ministro de Economía Abraham Benathon Ramos habían recibido un soborno por parte de la United Fruit Co.
Vino tras López Arellano, Melgar Castro quien también intenta perpetuarse en el poder mediante otro proceso fraudulento. En su régimen se produjo el crimen de Lepaguare. Por fin otro golpe de Estado derrocó al tirano Melgar e instaló a Polo Paz, quien se vio obligado a convocar a elecciones, frente al desprestigio en que se encontraban los militares después de la guerra. Por otra parte, en ese período, los militares arrasaron con las riquezas del país y se quedaron hasta con las frecuencias de radiodifusión y se convirtieron en potentados dueños de grandes riquezas, a pesar de que sus sueldos eran realmente modestos.
Instalados los gobiernos constitucionales, el país fue obligado por los norteamericanos a alquilar su territorio para servir de base de agresión en contra del régimen sandinista. Aquí andaban, como Pedro por su casa, los contras, con la protección de los militares hondureños; al mismo tiempo los militares, al mando del sicópata General Gustavo Álvarez Martínez, montaba una época de terror durante la cual asesinó y desapareció a más de dos centenares de hondureños y extranjeros que vivían en nuestro país. Billy Joya tiene, por esos crímenes, cuentas pendientes con el pueblo hondureño y la justicia.
Por último, en otra madrugada, esta vez el 28 de junio de este año, los militares repiten la traición a la patria y capturan y envían al exilio al Presidente José Manuel Zelaya Rosales, promoviendo un movimiento de resistencia al golpe militar, tanto nacional como internacionalmente, como nunca se había visto.
Esas son las glorias de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas que, a fuerza de mentir, habían generado una falsa idea de que tenían prestigio entre el pueblo hondureño. Pero los catrachos no son papos. Siempre supieron quienes eran los militares, nunca ignoraron que eran corruptos, que eran verdugos del pueblo, que se apoderaron de varios de los recursos nacionales. Por eso ahora los hondureños están claros de que, en una nueva Constitución, los militares no caben y que, con este acto ignominioso en contra de la institucionalidad han firmado su acta de defunción.
Fuente: hablahonduras.com
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