En la celebración del Día de la Independencia, nuestra fiesta nacional tuvo en todo el país una doble significación. La tradicional, que se manifiesta en el colorido, la belleza plástica, las acrobacias y la marcialidad de los desfiles oficiales, y la marcha popular en demanda de la justicia social y la dignificación ciudadana.
Desde la perspectiva de la construcción nacional, o sea el permanente proceso del desarrollo democrático, ambos aspectos no son antagónicos ni deberían serlo. Son dos expresiones de la dinámica nacional, una que preserva el remanente histórico y otra que marca la evolución y el cambio.
Por el quiebre político-social ocasionado por el golpe de Estado del 28 de junio/09, la objetivación de esas dos manifestaciones ha sido posible, a manera de condensación de las actitudes dominantes hoy día en nuestra sociedad, cuya polarización ha derivado en un conflicto trascendental entre ser y no ser.
Un conflicto ineludible porque plantea el rescate de la identidad nacional, o, si se prefiere, la formación de una nueva identidad nacional. De la profundidad de ese planteamiento apenas empieza a percatarse la mayoría de la colectividad hondureña, pero es un fenómeno popular que ya adquirió dinámica propia.
Una dinámica que combina el anhelo colectivo de bienestar en libertad con participación ciudadana, en contraposición a un statu quo de atraso y de dominación por parte de una reducida élite que controla el poder en el Estado y la Sociedad. Es en esa ecuación que se expone la incógnita de nuestro futuro como nación y como país.
Para quienes promueven el determinismo político, la ruta de Honduras y los hondureños ya está trazada en virtud de la ideologización y la estructuración de un sistema fundamentalista, de ultraderecha, que pretende ser irreversible, como voluntad y designio divino. Pero el determinismo político, en realidad, no sobrevive si la voluntad popular se opone. Como suele decirse, la voluntad del pueblo es la voluntad de Dios.
La violencia, la brutalidad, la crueldad de la policía y del ejército para impedir la manifestación de la voluntad popular —en función de la doctrina de la seguridad nacional—como ocurrió en San Pedro Sula y en Choluteca el Día de la Independencia, es, sobre todo, una reacción de inseguridad y de miedo a la democracia. Asimismo, es ignorancia y rechazo al civismo militante, al civismo en la calle.
Debemos reconocer que, posiblemente después de la declaración de Independencia el 15 de septiembre de 1821, para nosotros, en realidad, el 28 de septiembre de aquel año, el fervor nacional por el nacimiento de la Patria centroamericana no había vuelto a ser tan sentido como en esta ocasión, con el pueblo en las calles exigiendo una nueva Honduras.
Un clamor nacional por la refundación de la Patria. Similar a lo que dice el Acta de Independencia de 1821: “Siendo públicos e indudables los deseos de independencia…”
Fuente. tiempo.hn - Vos el soberano
Desde la perspectiva de la construcción nacional, o sea el permanente proceso del desarrollo democrático, ambos aspectos no son antagónicos ni deberían serlo. Son dos expresiones de la dinámica nacional, una que preserva el remanente histórico y otra que marca la evolución y el cambio.
Por el quiebre político-social ocasionado por el golpe de Estado del 28 de junio/09, la objetivación de esas dos manifestaciones ha sido posible, a manera de condensación de las actitudes dominantes hoy día en nuestra sociedad, cuya polarización ha derivado en un conflicto trascendental entre ser y no ser.
Un conflicto ineludible porque plantea el rescate de la identidad nacional, o, si se prefiere, la formación de una nueva identidad nacional. De la profundidad de ese planteamiento apenas empieza a percatarse la mayoría de la colectividad hondureña, pero es un fenómeno popular que ya adquirió dinámica propia.
Una dinámica que combina el anhelo colectivo de bienestar en libertad con participación ciudadana, en contraposición a un statu quo de atraso y de dominación por parte de una reducida élite que controla el poder en el Estado y la Sociedad. Es en esa ecuación que se expone la incógnita de nuestro futuro como nación y como país.
Para quienes promueven el determinismo político, la ruta de Honduras y los hondureños ya está trazada en virtud de la ideologización y la estructuración de un sistema fundamentalista, de ultraderecha, que pretende ser irreversible, como voluntad y designio divino. Pero el determinismo político, en realidad, no sobrevive si la voluntad popular se opone. Como suele decirse, la voluntad del pueblo es la voluntad de Dios.
La violencia, la brutalidad, la crueldad de la policía y del ejército para impedir la manifestación de la voluntad popular —en función de la doctrina de la seguridad nacional—como ocurrió en San Pedro Sula y en Choluteca el Día de la Independencia, es, sobre todo, una reacción de inseguridad y de miedo a la democracia. Asimismo, es ignorancia y rechazo al civismo militante, al civismo en la calle.
Debemos reconocer que, posiblemente después de la declaración de Independencia el 15 de septiembre de 1821, para nosotros, en realidad, el 28 de septiembre de aquel año, el fervor nacional por el nacimiento de la Patria centroamericana no había vuelto a ser tan sentido como en esta ocasión, con el pueblo en las calles exigiendo una nueva Honduras.
Un clamor nacional por la refundación de la Patria. Similar a lo que dice el Acta de Independencia de 1821: “Siendo públicos e indudables los deseos de independencia…”
Fuente. tiempo.hn - Vos el soberano
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