domingo, 14 de febrero de 2010

Enseñanzas de la Historia

Por Aníbal Delgado Fiallos

Jamás el consumo suntuario de la aristocracia francesa fue tan grande como en vísperas de la Revolución.

El pueblo sabía de las viandas exquisitas que se degustaban en los banquetes; de los vestidos preciosos bordados con hilos de plata y oro, de la suntuosidad de los salones, las carrozas doradas, los afeites, las esencias…

Y el pueblo francés comparaba ese vivir de eterna fiesta que se insinuaba en el resplandor luminoso de los palacios, con su miseria, con su hambre; con la opresión social que asesinaba a sus niños y consumía a sus mujeres; con el absolutismo político que negaba la libertad.

La burguesía y los intelectuales se encargaron de decirle a ese pueblo que la pompa de los nobles y su miseria no eran designio divino como lo habían inculcado los párrocos: tenían su origen en los ríos de dinero que manaban de los tributos campesinos, los impuestos, la usura, la cruel explotación del trabajo; que eran los pobres, sucios y malolientes, quienes cargaban con el costo de la magnificencia de los reyes, los señores feudales y su corte de mariscales y obispos.

La respuesta del pueblo francés todos la conocemos; arrasó con furia de cataclismo con el orden establecido, incendió los castillos feudales, asaltó las fortalezas y los palacios, destrozó los símbolos de la monarquía, envió al patíbulo a los reyes, impuso una nuevo régimen fundado en la igualdad y proclamó los Derechos del Hombre; la Revolución Francesa fue tan atroz y sangrienta como el despotismo que sufrió aquel pueblo durante siglos.

El tiempo ha transcurrido, y ahora es una lección que la concentración del ingreso, la riqueza y el poder conducen a las más detestables formas de comportarse, consumir, gobernar y explotar trabajo ajeno; y que estas condiciones propician estallidos revolucionarios violentos que cuando comienzan son difíciles de parar por muy rumbosas que sean las obras de caridad y patéticos los llamados a la piedad.

Hoy como ayer, cuando los fuegos fatuos del festejo de los ricos se perciben allá donde mora la pobreza, los resentimientos sociales crecen; si no hay una conducción política apropiada, se desatan tendencias delictivas que por muy eficiente que sea la policía es imposible controlar.

Nadie experimenta por cabeza ajena; la concentración del ingreso y el consumo suntuario de las capas sociales privilegiadas al no corresponder a su aporte al adelanto político, científico-técnico y cultural de Honduras, al desarrollo de la economía y al planteamiento de equidad, están sembrando los vientos de las tempestades de mañana.

Lo triste es así.

(Diario La Prensa, 11 de febrero 2010)

Fuente: Vos el soberano

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