Gustavo Zelaya
El 28 de junio nos marcó de diversas formas, en muchos fue el inicio de una lucha por mejorar las condiciones de la vida del pueblo y en otros el momento de asomar sus fauces sedientas de sangre y dinero. Aparecieron inéditas formas de protesta, mitos desmoronados como aquel que hablaba de la objetividad de la prensa, o los jerarcas empresariales, militares, políticos y religiosos convertidos en figurones del montón; temas como la organización social, la identidad, la historia y el arte popular, debatidos con ardor, con pasión, puliéndose a veces de maneras imprecisas y entremezclados con elementos emergentes como los cantos de gesta de Candelario Reyes y su Palmerolo, las pintas en los muros de la ciudad de anónimos pintores, la poesía urgente de Galel Cárdenas, la música de la resistencia de Café Guancasco, Nelsón Pavón, Karla Lara y muchos que se me olvidan, la prosa rabiosa y amorosa de nuestros literatos como Oscar Amaya y Débora Ramos, las crónicas de Jorge Miralda, los escritos de su alero Israel Serrano, los trabajos de Samuel Trigueros, Juan Moreno, Diana Canales y Ricardo Salgado. Y los teatreros, los profesores, las profes, los aleros del sindicato, indígenas, el movimiento lésbico, los pobladores, y sobre todo, las mujeres, las compañeras, amigas, jóvenes y viejas militantes. Sobre todo ellas: la columna vertebral de la Resistencia Nacional. Y que nadie se enoje que esto no es un inventario.
Pero también salió a flote la escoria: los oportunistas, las traiciones, los simuladores, y ahora, está última novedad, una vieja noticia, algo que ha sido parte de la historia nacional y que se manifiesta con el nacimiento de los dos partidos tradicionales: los saqueadores del tesoro público y el acto de corrupción más vil ocurrido en Honduras: el golpe de estado contra el gobierno de Manuel Zelaya; no sólo es el más vil sino el más grande acto de corrupción cometido por la oligarquía. Todo lo que parecía sólido y bien constituido se desplomó y después de un largo proceso emergió la violencia contra el reclamo popular, el fundamentalismo religioso, la arrogancia política, la muerte y la represión, la ignorancia convertida en símbolo cultural, la narcoactividad, el visible poderío de los medios de comunicación y la conversión de los púlpitos en centros de activismo político y de veneración de los golpistas.
Son esos y otros productos los que en gran medida dan forma al escenario que revela la crisis hondureña. De la misma forma significa que una mejor comprensión de los eventos de la crisis no es posible sin tomar en cuenta el conjunto de esos momentos. Así, resulta importante la influencia del golpe de estado que cambió radicalmente la forma en que pensábamos a Honduras; nos permitió conocer de mejor manera las tendencias sociales y diferenciamos sus movimientos, nuestro mundo social perdió sus cualidades misteriosas y de repente nos vimos en medio de los conflictos.
Esa sociedad en crisis total provoca que el individuo humano sea un ser inquieto, inconforme, preocupado de su futuro y asustado ante su propia imagen, y que asiste al hecho de que todas sus tradiciones, todas las normas de la moral, la mitología inventada alrededor de los caudillos, todos los sistemas filosóficos y los valores sean puestos en palestra para ser discutidos, confrontados, analizados y criticados. Aunque no lo acepten los cardemales y conexos. De todas las evidencias de la crisis quiero mencionar algunos, no sé si el orden sea el correcto: la corrupción en su máxima expresión es el golpe de estado, el cambio en la fórmula del combustible, los contratos en la perforación de pozos, la ampliación de los fondos para mejorar carreteras de 150 millones a 400 millones, el robo del dinero de Petrocaribe, 2000 permisos de operación para taxis entre julio y septiembre, la concesión de la presa de Nacaome, el doble tiraje de La Gaceta, 70000 mochilas desaparecidas y 151 millones de lempiras de la Secretaría de Cultura se hicieron humo. Y suponiendo que ya no está cabeza de ajo las muertes siguen, la persecución sigue y por arte de magia descubren equipos electrónicos para traficar con llamadas internacionales en la terraza de la Alcaldía de Tegucigalpa, dirigida por uno de los cabecillas del golpe de estado. Se llevaron cámaras de video, escritorios, micrófonos, lápices, las servilletas y el queso que había en la mesa también se lo llevó.
Y es tanta la torpeza, la arrogancia, el cinismo y la hipocresía que el diputado Eliseo Mejía Castillo mocionó para que el 28 junio sea declarado el día de fiesta de los golpistas, con el consecuente apoyo de Marcia Facussé, la que corrió por el congrezoo con una carta falsificada del presidente Zelaya como si fuera auténtica; es tanta la seguridad que da el poder que el diputado Ángel Saavedra, a propósito de La Gaceta dos veces publicada y de la concesión de la represa de Nacaome afirmó que “lo mejor es derogar el decreto”, que el presidente del congreso es inocente de todo, no se entera de nada, “sólo cumple con la obligación de dirigir la discusión” y que “el emitir dos Gacetas en la misma fecha y con diferentes contenidos, eso si nos asusta”. Son la candidez personificada y, además, se llaman liberales. La barbarie que arrasa con todo, son las ratas come queso del congrezoo.
Por momentos hay sucesos que pueden provocar risa y furia intensa, como ese barbarazo que acabó con todo, o como decretar el fin de la corrupción gracias al compromiso ético, como si la moral fuera un asunto de forma y protocolo. En fin, todo lo relacionado con la elaboración y la realización de unos u otros principios morales en la política, con su orientación axiológica y ética, está determinado por factores sociales diferentes y hasta en pugna en los distintos sistemas sociales. Esto puede hacer creer que los intentos de construir orientaciones morales capaces de revestir carácter universal y actuar como conceptos reguladores de la función pública, sean utópicos; y que la empresa de generar polémicas sobre este asunto sea una pérdida de tiempo. Entonces, un papel principal que podría jugar la reflexión ética o axiológica, sea tratar de insistir en las discusiones recientes y provocar nuevos aportes que hagan ver la necesidad de unas normas y unos valores que orienten la vida personal y colectiva en un ambiente precario y riesgoso como el actual. Más que todo, darnos cuenta que es necesario hablar más de este problema, insistir en desenmascarar tanta hipocresía para ir construyendo la propuesta moral de la resistencia que contribuya a derrotar tanto barbarazo. Los fundamentos materiales son la movilización popular y el carácter que se ha forjado en todos los compañeros y compañeras víctimas de las golpizas y la represión.
14 de febrero de 2010
Fuente: Vos el soberano
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