Gustavo Zelaya
Parece que Benedicto XVI y su hermano George están en problemas, las acusaciones sobre abuso sexual y pedofilia van y vienen, desde Estados unidos hasta Holanda, pasando por Alemania y México y así, hasta el infinito. Es la cabeza visible de la iglesia de Roma y jefe del cardemal Rodríguez. Igual que los anteriores vicarios de Cristo en la tierra siguen demostrando los problemas que los envuelven para admitir que su lugar en la vida social no es más que intentar conducir espiritualmente a los que han elegido cierto cuerpo de ideas religiosas. Antes se consideraba que los jerarcas católicos también tutelaban moralmente a sus feligreses y por aspiraciones universalistas extendían ese rol al resto de la sociedad. Tal guía moral es más dudosa que nunca y ahí están los procesos millonarios por abuso sexual, la cola que arrastra el Papa, los casos de mujeres embarazadas por sacerdotes, la forma cínica con que la iglesia que dirige el cardemal hondureño corrige las veleidades de los curas cambiándolos de parroquia, sacándolos del país hasta que los rumores se aplacan y el muchacho haya reflexionado, mandándolos a estudiar a Europa, promoviéndolos a cargos de dirección, a los que disienten los ubica en las parroquias menos publicitadas y ahora, sobre todo, participando activamente en el mayor acto de corrupción realizado en la historia nacional: el golpe de estadio del 28 de junio contra el gobierno de Manuel Zelaya.
En el caso nuestro, esa jerarquía, debido al oportunismo de los políticos que han gobernado Honduras desde 1900 a la fecha, ha asumido papeles poco religiosos y se involucraron con los poderes económicos y políticos pontificando sobre el bien y el mal , colocándose como una especie de jueces que deciden, sugieren, condenan y absuelven sobre todas las cosas terrenas. De las del cielo ya tiempo se olvidaron. Es común encontrar en los jerarcas católicos lúcidas y bien sustentadas reflexiones sobre la conservación de la vida y los peligros contra ella, a consecuencia de los avances de la ciencia y los conflictos bélicos. Lo más extraño ocurre cuando esa firme defensa y esas obligaciones con la vida que se extienden a la condena absoluta del aborto y a la protección de las formas embrionarias, no condenen de manera total la pena de muerte ya que la acepta para casos de “absoluta necesidad” y no hayan dicho una sola palabra de desaprobación contra las muertes ocasionadas por el golpe de estado. Ni un solo documento ha salido del palacio episcopal reprochando palizas, torturas, detenciones, censuras y persecuciones sufridas por la Resistencia Popular. Es como si estos eventos no estén ocurriendo. Incluso, uno de los obispos auxiliares está a la espera a que haya suficientes muertes para que el conflicto desatado por el golpe de estado pueda ser calificado de importante, parece que una sola muerte no es suficiente para sacudir la conciencia de esos personajes.
Todo ese activismo y compromisos proclamados por la conservación plena de la vida ha caído en un descredito al aceptar en los hechos que algunos seres humanos pueden ser privados de su existencia por razones de estado. Pueden ser violentados y en la práctica así sigue ocurriendo para mantener la “armonía” social al estilo de los católicos y evangelistas fundamentalistas agrupados en el Opus Dei y grupos similares. En boca de ese radicalismo religioso la defensa de la vida humana no es más que una hermosa expresión que es relegada cuando los intereses empresarial y político que ellos representan son amenazados por las demandas populares acerca de la justicia y la equidad social.
Por ejemplo, la forma obstinada de rechazar métodos anticonceptivos en defensa de la vida y en apego a la supuesta “ley natural” choca con la realidad. Provoca dudas entre los fieles que no pueden dejar de utilizar esos métodos. Genera conflictos teóricos cuando surgen preguntas sobre qué es eso de ley natural, si realmente hay leyes naturales, más bien el concepto de ley se opone a lo natural; todas las leyes son productos sociales, son históricas, en consecuencia, no son eternas y se modifican según transcurre la experiencia social. Pero también hay inquietudes acerca de esa defensa fundamentalista de la vida que da lugar a crecimientos estadísticos de la muerte. Esto es muy complejo cuando alguien acepta como verdad absoluta que la relación sexual sólo tiene como finalidad la procreación y en ninguna circunstancia la obtención de una forma del placer. Esas concepciones presentes en la doctrina de la iglesia sólo deben tener validez para los católicos pero la participación eclesiástica en asuntos propios de la actividad política, estatal, legislativa y que afectan a la sociedad civil debe ser rechazada o por lo menos debe discutirse públicamente y en condiciones de igualdad.
La historia nacional después del 28 de junio sigue poniendo en su lugar a personas, creencias, instituciones y verdades que parecían absolutas. Y de ellas, principios y sistemas de valores se resquebrajaron hasta desmoronarse, como ser el “prestigio” que supuestamente portaban los jerarcas religiosos, y no sólo católicos, aquella frase repetida de la “reserva moral” manifestada en la persona del cardemal no era más que una flatus vocis, palabras, expresiones cuyo sentido se lo dábamos los humanos; un simple convencionalismo sin mayor contenido y que ahora pretende rescatar al retirarse de ese inútil aparataje del Consejo Nacional Anticorrupción. Pero ¿cómo lavarse esa cara tatuada por la mano del golpista cabeza de ajo, alias Micheletty? ¿Cómo desmentir esa complicidad con la corrupción desatada por el golpe de estado? ¿Cómo dejar de lado tantas muertes provocadas y la consolidación del golpe de estado a partir del 27 de enero respaldado por la jerarquía religiosa? No se trata de ocultarse tras bambalinas para no salir más en la foto. Bien sabemos que han sido lobos pastoreando ovejas. Ya no les sirve mantener discretos perfiles.
Fuente: Vos el soberano
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