Los trazos iniciales del presidente Barack Obama en la Región, como la cordialidad demostrada hacia sus colegas durante la Cumbre de las Américas en abril, el favorecer la apertura hacia Cuba en la OEA y sus primeras declaraciones frente el golpe militar en Honduras, contribuyeron a mejorar la percepción hacia la Casa Blanca. Pero la esperada nueva era en las relaciones de Estados Unidos con América Latina y el Caribe abortó antes de nacer. El respaldo de la Casa Blanca a las elecciones organizadas por los golpistas hondureños y la ampliación de la presencia militar estadounidense en Colombia, que amenaza la seguridad regional y la autonomía del Sur del continente, acabaron con el fugaz romance.
Obama no proyecta una visión de futuro hacia sus vecinos del continente. El que haya cambiado el nombre del inquilino de la Casa Blanca no significa una diferencia política hacia el hemisferio.
Argentina ha expresado desilusión y Brasil frustración por el rumbo tomado por Obama. Analistas argumentan que está maniatado por el complicado engranaje de la política interna estadounidense. Más allá de esa justificación los gestos y ritos de la política exterior de Washington persiguen la preservación de su esfera de influencia y su hegemonía continental. Obama ha revivido una suerte de guerra fría que alimenta nuevas tensiones e instala viejas amenazas.
El golpe militar en Honduras no solo hizo trizas el proceso democrático en ese país. Desnudó el papel de Estados Unidos como gestor del derrocamiento de gobiernos con independencia política. Por oportunismo o afinidad, se ha producido un alineamiento ideológico entre un puñado de gobiernos y la Casa Blanca. La agresiva ofensiva diplomática de Washington pretende que los países latinoamericanos elijan a los amigos que les dicta Estados Unidos.
Si no lo hacen, deben atenerse a las consecuencias, amenazó recientemente la secretaria de Estado, Hillary Clinton, al señalar lo que llamó coqueteo de Bolivia, Brasil y Venezuela con Irán, porque según Washington exporta el terrorismo. Los aludidos dijeron que Estados Unidos no tiene autoridad moral para colocarse como paradigma en la lucha contra el terrorismo, porque invade con sus tropas otras naciones y multiplica su presencia militar en la Región.
Estados Unidos busca dibujar un mapa político regional acorde con sus pretensiones hegemónicas. Para ello cuenta con la complicidad de Colombia, Costa Rica, México, Panamá, Perú y los golpistas hondureños. El resto de los países del hemisferio tienen otra perspectiva de lo que deben ser las relaciones con Washington.
Es aceptable que en defensa de sus intereses Estados Unidos no se conforme con ser un simple espectador de los acontecimientos regionales. Otra cosa es buscar a toda costa imponer sus designios. En el continente existen intereses e ideologías que deben respetarse. No hacerlo es promover divisiones y generar polarizaciones.
Washington y sus satélites sabotean las posibilidades de consensos en la Región, cuando el diálogo maduro e incluyente es el camino para abordar las diferencias. Latinoamérica no puede resignarse a estar en la cola de Estados Unidos y aceptar sin objeciones que imponga su agenda geopolítica en el continente. ¿O es que acaso las demás naciones no tienen derecho a velar por sus propios intereses?
Fuente: laestrella.com.pa
Obama no proyecta una visión de futuro hacia sus vecinos del continente. El que haya cambiado el nombre del inquilino de la Casa Blanca no significa una diferencia política hacia el hemisferio.
Argentina ha expresado desilusión y Brasil frustración por el rumbo tomado por Obama. Analistas argumentan que está maniatado por el complicado engranaje de la política interna estadounidense. Más allá de esa justificación los gestos y ritos de la política exterior de Washington persiguen la preservación de su esfera de influencia y su hegemonía continental. Obama ha revivido una suerte de guerra fría que alimenta nuevas tensiones e instala viejas amenazas.
El golpe militar en Honduras no solo hizo trizas el proceso democrático en ese país. Desnudó el papel de Estados Unidos como gestor del derrocamiento de gobiernos con independencia política. Por oportunismo o afinidad, se ha producido un alineamiento ideológico entre un puñado de gobiernos y la Casa Blanca. La agresiva ofensiva diplomática de Washington pretende que los países latinoamericanos elijan a los amigos que les dicta Estados Unidos.
Si no lo hacen, deben atenerse a las consecuencias, amenazó recientemente la secretaria de Estado, Hillary Clinton, al señalar lo que llamó coqueteo de Bolivia, Brasil y Venezuela con Irán, porque según Washington exporta el terrorismo. Los aludidos dijeron que Estados Unidos no tiene autoridad moral para colocarse como paradigma en la lucha contra el terrorismo, porque invade con sus tropas otras naciones y multiplica su presencia militar en la Región.
Estados Unidos busca dibujar un mapa político regional acorde con sus pretensiones hegemónicas. Para ello cuenta con la complicidad de Colombia, Costa Rica, México, Panamá, Perú y los golpistas hondureños. El resto de los países del hemisferio tienen otra perspectiva de lo que deben ser las relaciones con Washington.
Es aceptable que en defensa de sus intereses Estados Unidos no se conforme con ser un simple espectador de los acontecimientos regionales. Otra cosa es buscar a toda costa imponer sus designios. En el continente existen intereses e ideologías que deben respetarse. No hacerlo es promover divisiones y generar polarizaciones.
Washington y sus satélites sabotean las posibilidades de consensos en la Región, cuando el diálogo maduro e incluyente es el camino para abordar las diferencias. Latinoamérica no puede resignarse a estar en la cola de Estados Unidos y aceptar sin objeciones que imponga su agenda geopolítica en el continente. ¿O es que acaso las demás naciones no tienen derecho a velar por sus propios intereses?
Fuente: laestrella.com.pa
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