Desde el punto de vista antropológico, el término cultura se refiere a las diferentes manifestaciones de la vida material (sembrar maíz, por ejemplo) y espiritual (escribir un poema, elaborar una teoría científica o trazar un grafiti contestatario) de una determinada comunidad. Vivimos y respiramos, pues, dentro de una cultura específica y singular que marca nuestra manera de proceder: gusto por determinados alimentos; parámetros para valorar una película o una canción; manera de vestirse; preferencia por determinados deportes, etc. Ella nos proporciona, pues, una especie de sello o divisa que nos identifica o individualiza frente a los demás. Para el caso de Honduras, inclusive, tenemos que hablar de una realidad multicultural.
Pero hablando en términos generales, la cultura se liga indefectiblemente al concepto de identidad nacional. Esto, no como una condición cerrada o acabada, sino como proceso: algo que siempre se enriquece o se renueva. Inclusive, que se deteriora o destruye (la conquista española aniquiló, mutiló o cambió la cultura de los pueblos indígenas: los lencas, por ejemplo, perdieron su lengua y, con ella, aspectos vitales de su visión del mundo).
Cae de su propio peso, pues, la importancia que la Secretaría de Cultura tiene en la vida de una nación. Justamente, de sus políticas depende la formulación y puesta en práctica de programas destinados a conservar y enriquecer la riqueza espiritual del país. Sólo los políticos torpes desestiman la función de argamasa intelectual y afectiva que, en el pueblo, representan las manifestaciones artísticas, literarias, etc. Por esta razón, cuando se nombra un gabinete de gobierno, colocan, para «dirigirlo», a personas con las cuales tienen que cumplir algún compromiso político o personal pero que, del fenómeno cultural, ignoran sus aspectos más elementales.
El régimen de facto, además del gran traspiés con el nombramiento de su primer canciller (el de las célebres frases, perlas de la diplomacia catracha, como la frase racista dirigida a Obama), está dando otra muestra del nivel intelectual de sus funcionarios. En reciente comparecencia, Mirna Castro, flamante ministra de «cultura» —de ignorado curriculum en materia científica, artística o literaria—, ante las cámaras televisivas del mundo, evidenció que nunca en su vida ha abierto un libro: condenó como subversivas obras fundamentales del acervo literario del país. Probablemente, como lo hicieron Juan de Zumárraga y Diego de Landa cuando quemaron invaluables códices indígenas, pronto organizará una gran pira con obras de «indoctrinamiento», como las siguientes: Memorias y apuntes de viaje, Todos los cuentos y Anecdotario hondureño de Froylán Turcios; Soy extranjero y ando de paso de José Roy Castro; Estampas de Honduras de Doris Stone (hija de Samuel Zemurray, magnate de las bananeras); Honduras de Luis Mariñas Otero; La inconformidad del hombre de Alfonso Guillén Zelaya; La heredad de Marcos Carías Reyes (sobrino y secretario del general Tiburcio Carías Andino); Mundo de cubos de Nelson Merren; Obra poética escogida de sus manuscritos de José Antonio Domínguez; Panorama de la poesía hondureña de Óscar Castañeda Batres; Soñaba el abad de San Pedro soñaba y yo también sé soñar de José Cecilio del Valle; Sueños de Merce de Mercedes Agurcia Membreño y otros muchos títulos de similar prosapia y de reciente publicación. Quizá el diccionario de autores hondureños de José González la puede ilustrar respecto de quiénes fueron esos «peligrosísimos» autores que, con toda seguridad, deleitaron a muchos de nuestros padres o abuelos.
Lo anterior, en el fondo, es risible y equivale a las célebres frases del Dr. Enrique Ortez Colindres. Si destruye o confisca esos libros que se encuentran en las bibliotecas de las casas de la cultura, todos se pueden reponer en futuras ediciones. Lo más grave radica en otras decisiones que afectarán directamente al patrimonio histórico del país. Así, el Centro Documental de Investigaciones Históricas de Honduras (en donde se guardan periódicos y documentos fundamentales para el investigador científico y para el público en general interesado en el tema) piensa asignarlo a los Militares Reservistas para que monten un centro de operación militar. Si no se actúa con celeridad (y un llamado a UNESCO es perentorio), pronto, la Hemeroteca y el Archivo Nacional pueden ser víctimas de un saqueo y destrucción sin precedentes. Para miembros (visibles o invisibles) del gobierno de facto es urgente «borrar» pruebas irrefutables de un reciente pasado nada limpio. No es casual que uno de los primeros actos de la Sra. Castro fue el despido de la historiadora Natalie Roque Sandoval, celosa guardadora de ese patrimonio cultural.
Asimismo, dentro de esa ominosa política de arrasar con la cultura hondureña, se inscribe la reciente destitución de la Directora del Libro y del Documento, la Lic. Rebeca Becerra, una de las poetas con mayor fuerza expresiva en la actual poesía latinoamericana. Ella realizó una labor editorial destacada y es la responsable de la publicación de libros como los mencionados. El «¡Muera la inteligencia!», grito de guerra de todos los fascistas que en el mundo han sido, empieza a resonar en los pasillos de casa de gobierno.
Nubes negras se ciernen, también, contra las casas de la cultura, acusadas, por la desinformada ministra, de ser centros que dañan al país porque sobre ellos planea la nefasta sombra de Hugo Chávez. Afortunadamente, se localizan en ciudades del interior del país y cada comunidad sabe qué actos se han llevado a cabo bajo su alero protector (presentaciones de libros; talleres de pintura; sesiones de cine; clubes de lectura…). En otras palabras, sabrán detectar la magnitud de la mentira oficial.
Con pesadumbre, constatamos que Honduras ha entrado a una etapa oscurantista cuyos precedentes se remontan a la década oprobiosa del ochenta. El gobierno de facto, en materia cultural, ha tirado por la borda los progresos alcanzados durante las dos gestiones del Dr. Rodolfo Pastor Fasquelle al frente de la Secretaría de Cultura. Al respecto, baste citar el trabajo encomiable, aplaudido internacionalmente, del Instituto de Antropología e Historia, dirigido por el Dr. Darío Euraque. Permanezcamos alerta: signos nefastos como los apuntados indican que estamos en el umbral de una auténtica inquisición cultural.
San Pedro Sula, julio de 2009
Fuente: www.albedrio.org
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