Editorial Diario Tiempo
En conclusión, el gobierno de Honduras ha fijado su posición en relación con la destitución sumaria del presidente de Paraguay, Fernando Lugo, con el criterio de que, si bien en el juicio político que lo separó del poder “no ha concurrido el derecho de legítima defensa”, “corresponde únicamente a los paraguayos encausar la actual situación política de conformidad con la Constitución y las Leyes”.
Sin embargo, el gobierno de Honduras lamenta este “incidente” y “exhorta a la comunidad internacional a aunar esfuerzos para que nuestros hermanos paraguayos puedan superar la actual crisis”. La “comunidad internacional”, entendemos, podría concretarse en la OEA, en Unasur, en Mercosur y en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Una de cal y una de arena. Pero así como es incompatible zafar el bulto y al mismo tiempo pedirle a los demás que intervengan, también es imposible en el mundo actual, enlazado en redes y globalizado, que los Estados y los pueblos puedan aislarse a propia conveniencia. Eso es lo que llaman el “efecto mariposa”, que el leve vuelo de una mariposa en Japón puede desatar un huracán en las Antillas.
El caso de Paraguay, por ejemplo, ha reavivado en la memoria continental y mundial el caso de Honduras con el golpe de Estado 28-J de 2009. Al “golpe técnico” paraguayo lo llaman “hondurazo”. Y esto es así porque, aún cuando hay algunas diferencias de procedimiento en la consumación del atentado contra la institucionalidad, el marco de “leguleyada” –de manipulación jurídica y de malicia y dolo político—es el mismo, en iguales lugares y con la misma gente.
El efecto mariposa de la conspiración que botó a Lugo de la Presidencia de Paraguay, lo podemos apreciar aquí, en nuestro patio. De inmediato ha provocado la reacción apasionada, a favor y en contra, de golpistas y opositores al golpe, respectivamente, con similar intensidad que en los días del 28-J de 2009. Unos regocijados con la aparición de una nueva “sucesión constitucional” que les devuelve protagonismo y los otros indignados por el zarpazo, que el presidente Lobo Sosa califica de “herida a la democracia”.
Sucede así porque, por encima de todo, lo que está en juego es la cuestión fundamental de la legitimidad de los gobiernos, que emana de la voluntad de los pueblos directamente expresada, frente al uso fraudulento de la legalidad por parte una élite de poder autoritaria y arbitraria. Lo cual nos depara un retroceso democrático, político, económico, social y cultural.
La reactivación del sentimiento golpista y anti-golpista en Honduras, por el efecto mariposa del “incidente” en Paraguay, también sirve para evidenciar que la crisis política hondureña, resultante del 28-J, sigue ahí, intacta y como caldo de cultivo de mayor confrontación política y social, hasta llegar a la rotura de moldes.
En el escenario continental, y especialmente en el suramericano, el efecto mariposa tiende a ser de vastas dimensiones, en tanto desafío a la institucionalidad latinoamericana, a su integración subcontinental, labrada a pulso en Unasur, Mercosur y sobre todo en la CELAC.
Así como el 28-J de Honduras dio más fuerza a la creación de mecanismos de defensa de la democracia continental, incluyendo a la desvalida OEA, el “hondurazo” paraguayo puede darle el temple final a organismos como la CELAC y a la ampliación de núcleos de desarrollo como Unasur y Mercosur. Por lo menos, ésa parece ser la perspectiva.
Sin embargo, el gobierno de Honduras lamenta este “incidente” y “exhorta a la comunidad internacional a aunar esfuerzos para que nuestros hermanos paraguayos puedan superar la actual crisis”. La “comunidad internacional”, entendemos, podría concretarse en la OEA, en Unasur, en Mercosur y en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Una de cal y una de arena. Pero así como es incompatible zafar el bulto y al mismo tiempo pedirle a los demás que intervengan, también es imposible en el mundo actual, enlazado en redes y globalizado, que los Estados y los pueblos puedan aislarse a propia conveniencia. Eso es lo que llaman el “efecto mariposa”, que el leve vuelo de una mariposa en Japón puede desatar un huracán en las Antillas.
El caso de Paraguay, por ejemplo, ha reavivado en la memoria continental y mundial el caso de Honduras con el golpe de Estado 28-J de 2009. Al “golpe técnico” paraguayo lo llaman “hondurazo”. Y esto es así porque, aún cuando hay algunas diferencias de procedimiento en la consumación del atentado contra la institucionalidad, el marco de “leguleyada” –de manipulación jurídica y de malicia y dolo político—es el mismo, en iguales lugares y con la misma gente.
El efecto mariposa de la conspiración que botó a Lugo de la Presidencia de Paraguay, lo podemos apreciar aquí, en nuestro patio. De inmediato ha provocado la reacción apasionada, a favor y en contra, de golpistas y opositores al golpe, respectivamente, con similar intensidad que en los días del 28-J de 2009. Unos regocijados con la aparición de una nueva “sucesión constitucional” que les devuelve protagonismo y los otros indignados por el zarpazo, que el presidente Lobo Sosa califica de “herida a la democracia”.
Sucede así porque, por encima de todo, lo que está en juego es la cuestión fundamental de la legitimidad de los gobiernos, que emana de la voluntad de los pueblos directamente expresada, frente al uso fraudulento de la legalidad por parte una élite de poder autoritaria y arbitraria. Lo cual nos depara un retroceso democrático, político, económico, social y cultural.
La reactivación del sentimiento golpista y anti-golpista en Honduras, por el efecto mariposa del “incidente” en Paraguay, también sirve para evidenciar que la crisis política hondureña, resultante del 28-J, sigue ahí, intacta y como caldo de cultivo de mayor confrontación política y social, hasta llegar a la rotura de moldes.
En el escenario continental, y especialmente en el suramericano, el efecto mariposa tiende a ser de vastas dimensiones, en tanto desafío a la institucionalidad latinoamericana, a su integración subcontinental, labrada a pulso en Unasur, Mercosur y sobre todo en la CELAC.
Así como el 28-J de Honduras dio más fuerza a la creación de mecanismos de defensa de la democracia continental, incluyendo a la desvalida OEA, el “hondurazo” paraguayo puede darle el temple final a organismos como la CELAC y a la ampliación de núcleos de desarrollo como Unasur y Mercosur. Por lo menos, ésa parece ser la perspectiva.
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